viernes, 26 de septiembre de 2008

Latinoamerica

COLONIZACIÓN

Con los viajes de Cristóbal Colón entre 1492 y 1594, los navegantes europeos llegaron, conquistaron y colonizaron para las Coronas de España y Portugal los extensos territorios del Nuevo Mundo. Desde las bases que habían establecido en las islas del mar Caribe, los españoles extendieron la conquista a Centroamérica, México y Perú, subyugando a los pueblos que encontraron a su paso. A finales del siglo XVI habían ocupado prácticamente la totalidad de Sudamérica y Centroamérica, así como la parte de Norteamérica que queda al sur de la actual frontera meridional de Estados Unidos. Los portugueses se asentaron en las costas del actual Brasil. Los conquistadores introdujeron los preceptos del Derecho romano en cuanto a legislación y administración de justicia, el cual fue aplicado por la burocracia del sistema colonial e impuesto a través del idioma, la religión, la cultura y las instituciones de los españoles y los portugueses sobre la población nativa. El principal elemento unificador de toda esta amalgama colonizadora fue la Iglesia católica: el clero desempeñó un importante papel en la conversión de la población indígena a la cultura hispánica y fue el agente encargado de diseñar todo el sistema educativo en las colonias, además de construir hospitales y otras instituciones caritativas. La Iglesia fue también el principal agente económico y, con la única excepción del gobierno real, la más grande propietaria de tierras en las colonias. Los clérigos ocuparon altos cargos en el gobierno virreinal, desde banqueros a guías espirituales.


ORIGEN DE LA POBLACIÓN LATINOAMERICANA

Antes de la conquista, América tenía aproximadamente algo más de 80 millones de habitantes, mientras que la población europea era en esa época de 60 millones; los españoles y portugueses que llegaron al continente eran pocos en número, pero superiores en armamento y destreza militar. Por otra parte, la población de las grandes civilizaciones precolombinas como la azteca de México, la maya de Centroamérica y la inca de los Andes fue pronto diezmada por epidemias de enfermedades traídas por los conquistadores. Los que sobrevivieron, no más del 15% de la población, fueron puestos al servicio de los colonizadores para trabajar en las plantaciones y minas. Cuando los indígenas empezaron a decrecer en número, para reemplazarlos se importaron esclavos procedentes de África que fueron enviados a Brasil, a las islas caribeñas y también a otros países de la América española. A pesar de la dominación ejercida por sus propietarios, los amerindios y los afroamericanos lograron conservar aspectos significativos de los idiomas, costumbres, religiones, artesanías y estilos de vida que han hecho de la moderna Latinoamérica un crisol de culturas de tres continentes.

Los españoles y los portugueses llevaron muy pocas mujeres a América y, como consecuencia de ello, se produjo la unión entre conquistadores y conquistados. Al finalizar el periodo colonial, la mezcla de la población indígena y negra con la española y portuguesa (mestizos y mulatos) era mayoritaria en muchas de las colonias. Esta diversidad de etnias y culturas contribuyó a diseñar desde entonces una de las características más relevantes de la región.

A pesar de la diversidad racial, se desarrolló de forma notable una estructura social similar en toda la región. Un limitado cuerpo de funcionarios reales gobernó las colonias en colaboración con el clero y una reducida clase terrateniente y de mercaderes. Los burócratas, peninsulares o nacidos en América (criollos), formaban, junto con sus respectivas familias, las clases dominantes, que tenían a su servicio a la mayoría de la población formada por indígenas, mestizos y negros.

Se desarrolló un sistema de comercio centralizado con la finalidad de excluir a competidores extranjeros, pero el descubrimiento de oro y plata en las Américas atrajo a las restantes potencias, Gran Bretaña, Francia y Holanda, que establecieron bases comerciales en la periferia de las colonias e influyeron de forma considerable en ellas.

La Fundación de Ciudades.

La actividad fundacional de la monarquía española en tierras americanas fue la manifestación temprana de una política de asentamiento, ocupación y apoyo a la colonización, basada en una ordenación del territorio. Desde 1502, los reyes incluyeron en sus instrucciones a los conquistadores datos cada vez más precisos sobre las estrategias a las que debían responder sus fundaciones, con la intención de favorecer un buen aprovechamiento del terreno y establecer bases seguras para la incipiente población española y el inicio del comercio con la metrópoli. Las islas de La Española, Cuba y Puerto Rico vieron cómo se multiplicaban las fundaciones a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XVI.

El paso al continente se produjo en 1515 y se concretó de forma especial en 1519 con la fundación de la Villa Rica de la Veracruz (la actual ciudad de Veracruz), en México, y la de Panamá, en Tierra Firme, puertos que desempeñaron un papel fundamental en la red de distribución comercial, tanto en el Caribe como en el Pacífico. El progresivo avance de la conquista posibilitó la fundación de ciudades en áreas cada vez más extensas; en 1573 se contaba ya con cerca de cuatrocientas, entre las que se encontraban México, Lima, Quito, Buenos Aires, Bogotá, La Habana, San Salvador, Mérida, Puebla, Querétaro, Cuzco, Arequipa y Potosí. En 1573, cuando Felipe II promulgó sus Ordenanzas de Población, refrendó oficialmente lo que ya era una experiencia muy amplia. En esta normativa se determinaba el tamaño de los lotes que debían corresponder a los colonos, así como los de uso público, la situación de los edificios, el tamaño de las plazas, la orientación de las calles, al mismo tiempo que los temas relacionados con su defensa o abastecimiento.+

La Tipología Urbana Colonial.

El modelo de cuadrícula o damero, más o menos irregular, fue seguido en numerosos casos, ya que se adaptaba perfectamente a las necesidades de reparto entre los fundadores y primeros pobladores y dejaba abierta la posibilidad de crecimiento para atender a las necesidades futuras. Su origen puede encontrarse en asentamientos de carácter militar, como los campamentos romanos o las ciudades defensivas del sur de Francia, y en ejemplos concretos como Puente la Reina (Navarra), en el Camino de Santiago; o Puerto Real (Cádiz) y Santa Fe (Granada), fundadas por los Reyes Católicos. Uno de los planteamientos teóricos que más se adaptan al esquema elegido desde los primeros momentos se remonta al siglo XIV, con las propuestas de las ordenaciones mallorquinas de Jaime II y el modelo urbanístico que el franciscano Francesc Eiximenis describe en su obra Dotzé del crestiá; en ambos casos, la ciudad se define con una planta cuadrada, con manzanas y parcelas de la misma forma, muy próximas a lo que después se llevaría a cabo en América. A ellas hay que añadir las formulaciones del tratadista romano Vitrubio, transmitidas por el renacimiento, y las propias experiencias precolombinas que pudieron conocer los españoles al entrar en contacto con los estados azteca e inca, cuyos centros urbanos, muy estructurados, fueron aprovechados e incorporados tras una readaptación a sus nuevas funciones, como lo demuestran ciudades como México y Cuzco.

La ciudad de Panamá, fundada en 1519, probablemente fue la primera en la que ya se utilizó el sistema ortogonal casi perfecto, del mismo modo que en México se empleó por primera vez la parcela cuadrada en todas las manzanas.

Esta extensa actividad fundacional también dio lugar a la existencia de ciudades irregulares, ajenas a planificaciones, sin traza específica, que fueron configurándose a lo largo del tiempo, condicionadas por la evolución de los acontecimientos en torno a un núcleo de actividad económica, como las minas o las haciendas, defensiva, como los fuertes, comerciales, como los puertos, o de evangelización, como los conventos.

El elemento urbano fundamental de la ciudad latinoamericana es la plaza, que cumple una doble función al servir de punto generador del esquema viario y actuar como sede de las instituciones civiles y eclesiásticas, acogiendo los edificios más significativos de ambos poderes: palacio de gobierno, cabildo, catedral o palacio arzobispal, según sea la función administrativa de la ciudad. En torno a ella se concentraba el mayor porcentaje de población española, que decrecía hacia la periferia, sustituida por la mestiza, y que desaparecía finalmente con los barrios indios, que se situaban en un área intermedia entre el espacio urbano y el rural. En principio, la proximidad a la plaza mayor supuso una posición social elevada que iba decreciendo conforme se alejaba, pero la propia dinámica de la vida urbana modificó este esquema al introducir en torno a este espacio central a los artesanos, mestizos e indios en la mayoría de los casos, que se agruparon en las calles adyacentes.

La plaza actuaba también como escenario de la vida pública, ya que en ella se desarrollaban, o a ella confluían, los acontecimientos más importantes, como la toma de posesión de las autoridades, las celebraciones religiosas, los mercados, las fiestas o las concentraciones de la población con motivo de las quejas o del apoyo a las más variadas situaciones. En numerosas ocasiones, la extensión de la ciudad y el esquema de disposición de su población facilitaron que cada barrio contara con su propia plaza, presidida por la parroquia, en torno a la que se generaba una actividad local marcada por las características específicas de los habitantes de su entorno, reproduciéndose el esquema básico.

El Siglo XVIII.

Las reorganizaciones territoriales introducidas por las reformas que llevó a cabo la Casa de Borbón dieron lugar a un nuevo impulso fundacional a lo largo del siglo XVIII, que tenía como principal objetivo la delimitación y el reforzamiento de las fronteras. Ello supuso la concentración de una parte importante de la población y la adaptación de los modelos anteriores a necesidades muy específicas, con la introducción de variantes tan significativas como la que planteaba Tecque, en la isla chilena de Chiloé (1768), dispuesta a lo largo de un eje central donde se sitúan los edificios oficiales y con una distribución basada en la manzana rectangular. Al mismo tiempo, este periodo estuvo presidido por la realización de numerosas obras de infraestructura y equipamiento, con las que se intentaron resolver gran parte de los problemas que planteaba una población cada vez más numerosa, que llegó a alcanzar los 100.000 habitantes en México a finales del siglo.

Plano de la ciudad de México (1750) La actual capital de México fue a su vez la del virreinato español de Nueva España, una de las ciudades americanas más importantes y pobladas durante siglos. Este plano (tinta y aguada) la muestra tal y como era en 1750, y se conserva en el Archivo General de Indias (Sevilla, España).Archivo Fotográfico Oronoz


Plano de Buenos Aires (1713)
La imagen muestra el plano de la planta de Buenos Aires, de 1713, una tinta y aguada sepia realizada por José Bermúdez, que se encuentra en el Archivo General de Indias (Sevilla, España).
Reservados todos los derechos.








La preocupación por la higiene de la ciudad, especialmente por el abastecimiento de agua potable y la conducción de aguas residuales, dio lugar a importantes obras públicas de canalización. Del mismo modo, el interés por las comunicaciones facilitó la construcción de caminos, puentes y accesos a las ciudades. Las plazas se multiplicaron creando nuevos espacios de recreo, al tiempo que se reacondicionaron otros ya existentes, con la introducción de arbolado y diferentes elementos de paisaje junto a fuentes y esculturas que daban una especial importancia a estas áreas.

Plano de la ciudad de México (1750)
La actual capital de México fue a su vez la del virreinato español de Nueva España, una de las ciudades americanas más importantes y pobladas durante siglos. Este plano (tinta y aguada) la muestra tal y como era en 1750, y se conserva en el Archivo General de Indias (Sevilla, España).

En las últimas décadas del siglo XVIII, se realizaron numerosos proyectos urbanísticos destinados tanto a mejorar las infraestructuras de las ciudades como a dotarlas de un aspecto más relacionado con los lineamientos de dignificación urbana, que caracterizaron la política del momento respaldada por la monarquía. Un ejemplo de ello son los proyectos elaborados por los ingenieros militares Luis Díez Navarro, en 1776, y Marcos Ibáñez, en 1778, para el definitivo emplazamiento de la ciudad de Guatemala.

EL FINAL DEL SISTEMA COLONIAL

En el siglo XVIII, tras un siglo de decadencia de España y Portugal, se dio impulso a las reformas, manifestada sobre todo en el desarrollo de las exportaciones agrícolas y mineras, la eficiencia administrativa, la defensa y la expansión de las fronteras. Estas reformas, aplicadas en la América española y portuguesa, aumentaron la producción y los ingresos, pero también contribuyeron al descontento de los criollos y ejercieron una gran presión sobre la población oprimida a causa de sus lamentables condiciones socioeconómicas.

La filosofía de la Ilustración y la difusión de las ideas liberales tuvieron gran influencia sobre las clases altas de las colonias, pero fue la invasión napoleónica (1808-1814) de la península Ibérica la que actualizó las ideas de emancipación de Latinoamérica. Hacia 1825, toda la América española, excepto Cuba y Puerto Rico, se había independizado de la metrópoli, dando lugar a la proclamación de repúblicas criollas. En 1822 los criollos brasileños establecieron una monarquía independiente bajo un príncipe portugués.

REPÚBLICAS LIBERALES Y DICTADURAS

La clase criolla que había heredado el poder tras la independencia abolió muchas de las instituciones, impuestos y derechos de aduana en concordancia con el liberalismo del siglo XIX; pero sus grandes esperanzas se desvanecieron con la crisis política y la decadencia económica que caracterizaron los primeros años de la mayoría de las nuevas naciones. A mediados del siglo XIX, los caudillos tomaron las riendas del poder político, económico y social en casi toda la región.

Desaparecido el dominio español y portugués, Gran Bretaña se convirtió en la principal potencia comercial, consiguiendo establecer un dominio pleno en la América independiente. A finales del siglo XIX había triunfado en lo político el liberalismo, y en la economía se abrían nuevas posibilidades para la agricultura comercial, la minería y la modernización en las infraestructuras. Estados Unidos había reemplazado a Gran Bretaña como mercado más importante y como principal inversor de bienes de capital en Latinoamérica, y en el siglo XX estableció su hegemonía a todos los niveles sobre la región, interviniendo con frecuencia en los asuntos internos de la mayoría de los países del continente.

El liberalismo del XIX se hizo cada vez más conservador en el ámbito sociopolítico en tanto que sus programas económicos favorecieron el surgimiento y desarrollo de las clases medias y trabajadoras urbanas. En algunos países, especialmente Argentina y Brasil, la inmigración europea extensiva aceleró el crecimiento. Ésta organizaría partidos políticos más modernos para hacer frente a las viejas elites liberales. Las nuevas clases sociales exigieron cada vez más su participación en la vida política. Entretanto, la población rural continuaba viviendo en la más profunda pobreza y opresión, si bien elementos revolucionarios empezaron a aparecer en su seno a lo largo del siglo XX. La migración rural a las ciudades se convirtió en algo habitual y característico, a menudo creando extensos cinturones de miseria, y aunque se mantuvo la desigualdad en el modo de vida entre la ciudad y el campo, la producción agrícola continuó siendo el pilar de la economía de exportación de Latinoamérica. Las revoluciones, dirigidas y promovidas generalmente por las clases medias y apoyadas por los trabajadores y el campesinado descontento, tuvieron lugar en México, Brasil, Argentina, Guatemala, Bolivia, Cuba, Nicaragua y en otros países; en todas ellas, sus líderes adoptaron diversas ideologías emergentes (populismo, nacionalismo, socialismo).

El hecho de compartir un mismo idioma, una religión mayoritaria y una misma cultura, además de su situación de dependencia económica, es el principal factor de unión de la región, y ha significado un importante incentivo para que los países latinoamericanos establezcan estrechos vínculos culturales y comerciales. A mediados de la década de 1990, después de muchos años de recesión económica, se empezó a vislumbrar una notable mejoría en las condiciones y niveles de vida de la población. Al mismo tiempo, las juntas militares que habían gobernado en gran parte de los países latinoamericanos en las décadas de 1970 y 1980, fueron depuestas y reemplazadas por regímenes en proceso de democratización decididos a crear un futuro más próspero, a pesar de las graves carencias estructurales en toda la región.


Republicas Liberales y Dictaduras.

La clase criolla que había heredado el poder tras la independencia abolió muchas de las instituciones, impuestos y derechos de aduana en concordancia con el liberalismo del siglo XIX; pero sus grandes esperanzas se desvanecieron con la crisis política y la decadencia económica que caracterizaron los primeros años de la mayoría de las nuevas naciones. A mediados del siglo XIX, los caudillos tomaron las riendas del poder político, económico y social en casi toda la región.

Desaparecido el dominio español y portugués, Gran Bretaña se convirtió en la principal potencia comercial, consiguiendo establecer un dominio pleno en la América independiente. A finales del siglo XIX había triunfado en lo político el liberalismo, y en la economía se abrían nuevas posibilidades para la agricultura comercial, la minería y la modernización en las infraestructuras. Estados Unidos había reemplazado a Gran Bretaña como mercado más importante y como principal inversor de bienes de capital en Latinoamérica, y en el siglo XX estableció su hegemonía a todos los niveles sobre la región, interviniendo con frecuencia en los asuntos internos de la mayoría de los países del continente.

El liberalismo del XIX se hizo cada vez más conservador en el ámbito sociopolítico en tanto que sus programas económicos favorecieron el surgimiento y desarrollo de las clases medias y trabajadoras urbanas. En algunos países, especialmente Argentina y Brasil, la inmigración europea extensiva aceleró el crecimiento. Ésta organizaría partidos políticos más modernos para hacer frente a las viejas elites liberales. Las nuevas clases sociales exigieron cada vez más su participación en la vida política. Entretanto, la población rural continuaba viviendo en la más profunda pobreza y opresión, si bien elementos revolucionarios empezaron a aparecer en su seno a lo largo del siglo XX. La migración rural a las ciudades se convirtió en algo habitual y característico, a menudo creando extensos cinturones de miseria, y aunque se mantuvo la desigualdad en el modo de vida entre la ciudad y el campo, la producción agrícola continuó siendo el pilar de la economía de exportación de Latinoamérica. Las revoluciones, dirigidas y promovidas generalmente por las clases medias y apoyadas por los trabajadores y el campesinado descontento, tuvieron lugar en México, Brasil, Argentina, Guatemala, Bolivia, Cuba, Nicaragua y en otros países; en todas ellas, sus líderes adoptaron diversas ideologías emergentes (populismo, nacionalismo, socialismo).
El hecho de compartir un mismo idioma, una religión mayoritaria y una misma cultura, además de su situación de dependencia económica, es el principal factor de unión de la región, y ha significado un importante incentivo para que los países latinoamericanos establezcan estrechos vínculos culturales y comerciales. A mediados de la década de 1990, después de muchos años de recesión económica, se empezó a vislumbrar una notable mejoría en las condiciones y niveles de vida de la población. Al mismo tiempo, las juntas militares que habían gobernado en gran parte de los países latinoamericanos en las décadas de 1970 y 1980, fueron depuestas y reemplazadas por regímenes en proceso de democratización decididos a crear un futuro más próspero, a pesar de las graves carencias estructurales en toda la región.

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